Dorada maravilla
Por Sinsangre
Las últimas obras del director chino Zhang Yimou se me antojan ahora unos simples esbozos en los que se ponían las bases para hacer Curse of The Golden Flower (La maldición de la flor dorada). En la primera de ellas, Hero, la experimentación sobre lo que podía dar de sí el género de los caballeros de las artes marciales (wuxia), con coreografías milimétricas y un uso apropiado del ritmo y la cámara. En su segunda película del género, La casa de las dagas voladoras, con la presentación de unos personajes más desarrollados que hacían uso de sus habilidades especiales para intentar complacer sus pasiones desbordadas. Es ahora, tras el primer, y seguro no último, visionado de su nueva obra cuando uno se asombra de la maestría del director a la hora de ensamblar sus “precuelas” en una obra, a todas luces, impresionante.
Basada en una de las grandes piezas clásicas del país asiático, y del resto del mundo, del siglo XX, “Thunderstorm” de Cao Yu, nos narra de manera ejemplar como la codicia, las ansias de poder y la envidia son capaces de destruir los cimientos más fuertes en el seno de cualquier familia, independientemente de la clase social a la que pertenezca (en la historia original son ricos industriales). Del mismo modo, la fuerza y determinación en la toma de decisiones provenientes del corazón, o las visceras más en concreto, hacen que la sustancia gris quede relegada a simple espectador en el desarrollo de los acontecimientos, sin que ésta pueda catalizar en ningún momento los deseos que nos igualan al resto de las especies animales que habitan nuestro planeta.
Se preparan festejos en la corte del emperador Ping, miembro de la ostentosa dinastía Tang. Miles de crisantemos dorados inundan los jardines imperiales y las bordadas telas de seda se diseñan para el cercano acontecimiento. La llegada, tras varios años en el frente, de uno de los herederos al trono hace presagiar que toda la familia unida celebraran unos días de felicidad y confraternización. Pero en sus ojos se vislumbra una mirada de infelicidad que oscurece el brillo de las doradas estancias en donde se alojan. Una princesa consorte, aquejada de anemia desde hace ya diez años, sonríe al tener por fin juntos a sus hijos. Pero, cuando los consejeros y asesores abandonan las habitaciones, otra realidad emerge para empozoñar la aparente perfección que decora este palacio.
Para ésta nueva obra de uno de los máximos exponentes de la quinta generación, el director recupera a quien antaño fue su musa y esposa, Gon Li, obsequiándola con un personaje hecho a medida de alguien capaz de dibujar con la mirada. La actriz vuelve a demostrar, y van ya..., que es una pieza clave en el auge que tiene el cine asiático hoy en todo el mundo. La acompañan el no menos experimentado Chow yun Fat, en una histriónica por momentos interpretación que va ganando matices a lo largo de la trama y que sirve de perfecto complemento para contrarrestar la fuerza dramática que imprime Li. Junto a ellos un reparto en estado de gracia, que aprovechan sus papeles secundarios para que la historia “brille” en todo su esplendor. Desde la mirada culpable e incrédula de Liu Ye, a la fuerza y sensatez de su hermano menor Jay Chou, todos ellos, que fantástica las apariciones furtivas de Man Li, auténtico descubrimiento de la obra, hacen que la película adquiera el apelativo de clásico desde el momento en que los títulos de crédito empiezan a florecer al finalizar lo visto hasta entonces.
En esta obra, el autor pone especial cuidado a la hora de hacer uso de las conocidas coreografías de artes marciales. Incluso me atrevería decir que la película es un drama con alguna secuencia de acción aislada. Pero, la perfección visual de las mismas, unida a un uso adecuado, que complementa al drama sin desvirtuarlo, hace que los bailes a los que somete el director de acción, Tony Ching Siu-Tung , te transporte a un mundo en el que todo es ya mágico y posible. Terriblemente bello. Sin llegar a la majestuosidad de sus obras anteriores (en especial lo ofrecido en Hero), puede uno disfrutar de el buen gusto por la sencillez y la fijación por los detalles que caracterizan las películas de Zhang Yimou (la forma en la que recupera el velo la kunoichi es claro ejemplo de poesía en movimiento). Por otro lado, la planificación del épico asalto final, con esas murallas humanas infranqueables y el paso firme sobre los crisantemos, en la que dorados y grises se funden al unísono con lo ocurrido en el interior de palacio constituirán una cima muy difícil de superar para aquel que se atreva a blasfemar ahora en el género.
Música, vestuario, maquillaje...es innecesario seguir redundando en lo mismo. Hablar de las partituras de aquel que fue capaz de trabajar en clásicos como 2046 o Deseando amar es, cuanto menos, retórico. Como también lo es comentar algo sobre los diseñadores en una película en la cual nos encontramos en la época más ostentosa de las dinastías chinas, donde hasta el más mínimo detalle supone un ejemplo de divinidad vanidosa e imperial. Por poner un ejemplo, los trajes que lucen el emperador y su consorte La “Toga del Dragón” y el “Vestido del Fénix”, fueron elaborados por cuarenta artesanos durante más de dos meses de meticuloso trabajo (con cuatro o seis capas doradas).
En definitiva, difícil lo va a tener Zhang Yimou para superar una obra de género como es ésta. Una comunión ideal entre los miembros del reparto y los encargados de la majestuosa producción que nos ofrece la adaptación a pantalla grande de uno de los dramas clásicos del siglo XX. Si uno ha disfrutado con Tigre y Dragón, debería echar un vistazo a ésta brillante, en todos los sentidos, producción y dejarse llevar por el cúmulo de emociones que desprende esta fabulosa película.
Basada en una de las grandes piezas clásicas del país asiático, y del resto del mundo, del siglo XX, “Thunderstorm” de Cao Yu, nos narra de manera ejemplar como la codicia, las ansias de poder y la envidia son capaces de destruir los cimientos más fuertes en el seno de cualquier familia, independientemente de la clase social a la que pertenezca (en la historia original son ricos industriales). Del mismo modo, la fuerza y determinación en la toma de decisiones provenientes del corazón, o las visceras más en concreto, hacen que la sustancia gris quede relegada a simple espectador en el desarrollo de los acontecimientos, sin que ésta pueda catalizar en ningún momento los deseos que nos igualan al resto de las especies animales que habitan nuestro planeta.
Se preparan festejos en la corte del emperador Ping, miembro de la ostentosa dinastía Tang. Miles de crisantemos dorados inundan los jardines imperiales y las bordadas telas de seda se diseñan para el cercano acontecimiento. La llegada, tras varios años en el frente, de uno de los herederos al trono hace presagiar que toda la familia unida celebraran unos días de felicidad y confraternización. Pero en sus ojos se vislumbra una mirada de infelicidad que oscurece el brillo de las doradas estancias en donde se alojan. Una princesa consorte, aquejada de anemia desde hace ya diez años, sonríe al tener por fin juntos a sus hijos. Pero, cuando los consejeros y asesores abandonan las habitaciones, otra realidad emerge para empozoñar la aparente perfección que decora este palacio.
Para ésta nueva obra de uno de los máximos exponentes de la quinta generación, el director recupera a quien antaño fue su musa y esposa, Gon Li, obsequiándola con un personaje hecho a medida de alguien capaz de dibujar con la mirada. La actriz vuelve a demostrar, y van ya..., que es una pieza clave en el auge que tiene el cine asiático hoy en todo el mundo. La acompañan el no menos experimentado Chow yun Fat, en una histriónica por momentos interpretación que va ganando matices a lo largo de la trama y que sirve de perfecto complemento para contrarrestar la fuerza dramática que imprime Li. Junto a ellos un reparto en estado de gracia, que aprovechan sus papeles secundarios para que la historia “brille” en todo su esplendor. Desde la mirada culpable e incrédula de Liu Ye, a la fuerza y sensatez de su hermano menor Jay Chou, todos ellos, que fantástica las apariciones furtivas de Man Li, auténtico descubrimiento de la obra, hacen que la película adquiera el apelativo de clásico desde el momento en que los títulos de crédito empiezan a florecer al finalizar lo visto hasta entonces.
En esta obra, el autor pone especial cuidado a la hora de hacer uso de las conocidas coreografías de artes marciales. Incluso me atrevería decir que la película es un drama con alguna secuencia de acción aislada. Pero, la perfección visual de las mismas, unida a un uso adecuado, que complementa al drama sin desvirtuarlo, hace que los bailes a los que somete el director de acción, Tony Ching Siu-Tung , te transporte a un mundo en el que todo es ya mágico y posible. Terriblemente bello. Sin llegar a la majestuosidad de sus obras anteriores (en especial lo ofrecido en Hero), puede uno disfrutar de el buen gusto por la sencillez y la fijación por los detalles que caracterizan las películas de Zhang Yimou (la forma en la que recupera el velo la kunoichi es claro ejemplo de poesía en movimiento). Por otro lado, la planificación del épico asalto final, con esas murallas humanas infranqueables y el paso firme sobre los crisantemos, en la que dorados y grises se funden al unísono con lo ocurrido en el interior de palacio constituirán una cima muy difícil de superar para aquel que se atreva a blasfemar ahora en el género.
Música, vestuario, maquillaje...es innecesario seguir redundando en lo mismo. Hablar de las partituras de aquel que fue capaz de trabajar en clásicos como 2046 o Deseando amar es, cuanto menos, retórico. Como también lo es comentar algo sobre los diseñadores en una película en la cual nos encontramos en la época más ostentosa de las dinastías chinas, donde hasta el más mínimo detalle supone un ejemplo de divinidad vanidosa e imperial. Por poner un ejemplo, los trajes que lucen el emperador y su consorte La “Toga del Dragón” y el “Vestido del Fénix”, fueron elaborados por cuarenta artesanos durante más de dos meses de meticuloso trabajo (con cuatro o seis capas doradas).
En definitiva, difícil lo va a tener Zhang Yimou para superar una obra de género como es ésta. Una comunión ideal entre los miembros del reparto y los encargados de la majestuosa producción que nos ofrece la adaptación a pantalla grande de uno de los dramas clásicos del siglo XX. Si uno ha disfrutado con Tigre y Dragón, debería echar un vistazo a ésta brillante, en todos los sentidos, producción y dejarse llevar por el cúmulo de emociones que desprende esta fabulosa película.
2 comentarios:
Un director que siempre nos regala fábulas de acción visualmente sorprendentes, aunque algo barroco no deja de tener ese halo simple de la cultura oriental. Saludos!
Esta ya la veré en casa, pero Hero y La casa de las dagas voladoras si que las vi en cine, y sin duda, para verlas en una pantalla grande, son una delicia visual. Más allá de este apartado, creo que argumentalmente no son gran cosa, algo planas, sobretodo la segunda, y se basan prácticamente en eso, en su fuerza visual, realmente perturbadora en ocasiones, y apabullante en otras. Todo un trabajo de fotografía, por otro lado.
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