Sorpresivo debut
Por Sinsangre
El sentido del humor posee un importante componente cultural, propio de cada región, capaz de transformar en aburridas e incomprensibles las situaciones cómicas que funcionan a la perfección en los lugares donde se originan las mismas. Esta particularidad limita el disfrute de ciertos gags humorísticos a los espectadores que se enfrentan por primera vez al tipo de gracias diferente al que acostumbran a ver y que funcionan sin problemas dentro de un contexto determinado. Eso hace que las acciones surrealistas de los Monthy Payton, las sandeces de Adam Sandler o la caspa y escatología de Santiago Segura y su alter ego Torrente, pasen desapercibidos para los curiosos que se sientan frente a la pantalla en espera de corroborar el éxito de taquilla que la película que están viendo tuvo en su país de origen.
Este es el caso de Crazy Stone, “ópera prima” del director chino Ning Hao (29a), uno de los miembros del grupo apadrinado por Andy Lau, denominado en su conjunto “Focus first Cut” (siete directores noveles de varias regiones chinas que graban en alta definición). La película lideró la clasificación de las películas más vistas en el país asiático en el primer semestre del año 2006, además de conseguir meterse entre las finalistas a los Golden Horse taiwaneses en la categoría de mejor película, director, guión y montaje, lo que encumbró a su director como uno de los jóvenes nuevos referentes de la cinematografía en China.
Con esas premisas, uno comienza a ver la película y al poco tiempo, de una forma incontrolable, comienza a moverse en su asiento y a mirar con relativa frecuencia la hora en el reloj, sin llegar a entender del todo si lo que pasa por la cabeza del espectador oriental es una reacción habitual o si, por el contrario, son los restos de un régimen comunista que ha mantenido hibernada la mentalidad de los mismos en un periodo donde la alegría y la despreocupación emergían como única alternativa al desasosiego reinante. Una suerte de feliz infancia prolongada en el tiempo.
Sin embargo, para mi sorpresa y alegría, hay algo en esta película que funciona. La historia no se caracteriza por ser novedosa. Es más, vuelve a ser lo mismo de siempre, con pequeñas variaciones. Pero en ésta ocasión su atractivo radica en la forma de contarla. Si olvidamos todas los gags presentados para la galería y que poca gracia ejercen en el espectador occidental, la historia comienza a crear, lentamente y cuando nuestras defensas ya se han relajado, situaciones que acarrean en un momento dado más de una sonrisa cómplice en los espectadores.
Durante las obras de derribo de una fábrica, uno de los operarios descubre una piedra de jade de notable pero insuficiente valor como para salvar de las deudas a los propietarios del terreno. Las mafias andan especulando con el solar para construir edificios más rentables que incrementen sus ingresos y no están dispuestas a permitir cambios en sus planes. Para evitar el desahucio , los dueños del solar intentarán crearán una exposición alrededor de la joya y así aumentar el interés de los posibles compradores y evitar el derribo completo del inmueble. La presencia de la joya despertará el interés de muchos que ven en ella una salida fácil a sus problemas.
Tarea difícil para un director novel la de llevar a buen puerto una historia tan coral sin terminar por caer en la pura confusión. Los numerosos actores se muestran predispuestos a lo que diga el realizador, aceptando su presencia en la compleja historia sin que ninguno ejerza como motor principal de la historia. Si acaso, Guo Tao como policía encargado de la vigilancia de la joya emerge sobre los demás en un papel sin grandes complicaciones, pero sería a todas luces injusto olvidar al resto del generoso reparto. Aquí el auténtico protagonista es el director de la historia. Ning Hao consigue gracias a un montaje peculiar, obra de Du Yuan, dar sentido a un puzzle que hace de las confusiones, las coincidencias y los malos entendidos entre los personajes su mejor y más firme baza. La presencia de un reparto tan amplio, con diferentes historias entremezcladas alrededor de la joya, no se hace en ningún momento confusa salvo las limitaciones que ejerce en el espectador occidental los homónimos (a nuestro oído) nombres de los personajes. Uno sabe en todo momento que papel juega cada uno en la historia y, en ciertos momentos, se identifica con la mala suerte de unos, la pillería de otros o la ambigüedad moral de todos. El guión de esta película, de Cheng Zhang y el propio director, no da para mucho y muchas de las secuencias son un puro collage de otras míticas de grandes clásicos del humor. Pero está bien hilvanado y su visión resulta amena y digna de elogio para los tiempos que corren. Algunas lagunas impiden que sea perfecto, como la explicación de la procedencia de la joya o los motivos que incitan a los protagonistas a comportarse como tal, pero aun así la historia se disfruta con poco esfuerzo.
A todo ello ayuda un estilo visual peculiar y frenético, donde las secuencias visualizadas desde diferentes puntos de vista y el uso y abuso de la pantalla dividida ornamentan el conjunto haciéndolo más atractivo a los ojos del espectador. Un montaje variado, similar a los usados en los vídeos musicales de actualidad, y que facilitaría la distribución internacional de la obra, si no fuera por los cortos de mente que son los encargados de velar por “nuestros” intereses cinematográficos.
En definitiva, una película entretenida por momentos, con un particular sentido del ritmo y un cuidado guión que consigue que la veas sin que suponga un arduo esfuerzo por parte del espectador y que, de no ser por ese humor tan peculiar de los realizadores del país asiático, podía haberse convertido en un estupendo rompe taquillas para el difícil mercado lejos del continente oriental.
Este es el caso de Crazy Stone, “ópera prima” del director chino Ning Hao (29a), uno de los miembros del grupo apadrinado por Andy Lau, denominado en su conjunto “Focus first Cut” (siete directores noveles de varias regiones chinas que graban en alta definición). La película lideró la clasificación de las películas más vistas en el país asiático en el primer semestre del año 2006, además de conseguir meterse entre las finalistas a los Golden Horse taiwaneses en la categoría de mejor película, director, guión y montaje, lo que encumbró a su director como uno de los jóvenes nuevos referentes de la cinematografía en China.
Con esas premisas, uno comienza a ver la película y al poco tiempo, de una forma incontrolable, comienza a moverse en su asiento y a mirar con relativa frecuencia la hora en el reloj, sin llegar a entender del todo si lo que pasa por la cabeza del espectador oriental es una reacción habitual o si, por el contrario, son los restos de un régimen comunista que ha mantenido hibernada la mentalidad de los mismos en un periodo donde la alegría y la despreocupación emergían como única alternativa al desasosiego reinante. Una suerte de feliz infancia prolongada en el tiempo.
Sin embargo, para mi sorpresa y alegría, hay algo en esta película que funciona. La historia no se caracteriza por ser novedosa. Es más, vuelve a ser lo mismo de siempre, con pequeñas variaciones. Pero en ésta ocasión su atractivo radica en la forma de contarla. Si olvidamos todas los gags presentados para la galería y que poca gracia ejercen en el espectador occidental, la historia comienza a crear, lentamente y cuando nuestras defensas ya se han relajado, situaciones que acarrean en un momento dado más de una sonrisa cómplice en los espectadores.
Durante las obras de derribo de una fábrica, uno de los operarios descubre una piedra de jade de notable pero insuficiente valor como para salvar de las deudas a los propietarios del terreno. Las mafias andan especulando con el solar para construir edificios más rentables que incrementen sus ingresos y no están dispuestas a permitir cambios en sus planes. Para evitar el desahucio , los dueños del solar intentarán crearán una exposición alrededor de la joya y así aumentar el interés de los posibles compradores y evitar el derribo completo del inmueble. La presencia de la joya despertará el interés de muchos que ven en ella una salida fácil a sus problemas.
Tarea difícil para un director novel la de llevar a buen puerto una historia tan coral sin terminar por caer en la pura confusión. Los numerosos actores se muestran predispuestos a lo que diga el realizador, aceptando su presencia en la compleja historia sin que ninguno ejerza como motor principal de la historia. Si acaso, Guo Tao como policía encargado de la vigilancia de la joya emerge sobre los demás en un papel sin grandes complicaciones, pero sería a todas luces injusto olvidar al resto del generoso reparto. Aquí el auténtico protagonista es el director de la historia. Ning Hao consigue gracias a un montaje peculiar, obra de Du Yuan, dar sentido a un puzzle que hace de las confusiones, las coincidencias y los malos entendidos entre los personajes su mejor y más firme baza. La presencia de un reparto tan amplio, con diferentes historias entremezcladas alrededor de la joya, no se hace en ningún momento confusa salvo las limitaciones que ejerce en el espectador occidental los homónimos (a nuestro oído) nombres de los personajes. Uno sabe en todo momento que papel juega cada uno en la historia y, en ciertos momentos, se identifica con la mala suerte de unos, la pillería de otros o la ambigüedad moral de todos. El guión de esta película, de Cheng Zhang y el propio director, no da para mucho y muchas de las secuencias son un puro collage de otras míticas de grandes clásicos del humor. Pero está bien hilvanado y su visión resulta amena y digna de elogio para los tiempos que corren. Algunas lagunas impiden que sea perfecto, como la explicación de la procedencia de la joya o los motivos que incitan a los protagonistas a comportarse como tal, pero aun así la historia se disfruta con poco esfuerzo.
A todo ello ayuda un estilo visual peculiar y frenético, donde las secuencias visualizadas desde diferentes puntos de vista y el uso y abuso de la pantalla dividida ornamentan el conjunto haciéndolo más atractivo a los ojos del espectador. Un montaje variado, similar a los usados en los vídeos musicales de actualidad, y que facilitaría la distribución internacional de la obra, si no fuera por los cortos de mente que son los encargados de velar por “nuestros” intereses cinematográficos.
En definitiva, una película entretenida por momentos, con un particular sentido del ritmo y un cuidado guión que consigue que la veas sin que suponga un arduo esfuerzo por parte del espectador y que, de no ser por ese humor tan peculiar de los realizadores del país asiático, podía haberse convertido en un estupendo rompe taquillas para el difícil mercado lejos del continente oriental.
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