Bajo el aroma de la nostalgia
Por sinsangre
Cerramos los ojos por un momento. Alejamos los pies del suelo y vemos como, en un instante, empezamos a volar a través de nuestra imaginación. Vayamos a buscar un punto en concreto, no entre las coordenadas espaciales, sino a través del tiempo. Retrocedamos. Y ahora, alcemos la vista y para mirar a nuestro alrededor. Seguro que vienen a la mente nuestras calles de infancia, el lugar donde jugábamos, donde evitábamos los libros, donde nos sentíamos cómodos y seguros. Quizás las condiciones del sitio no sean las ideales. En la mayoría de los casos se encuadrarían dentro de lo mejorable. Pero aun así, en esas condiciones tan particulares alejadas de lo que nos ofrecían las series norteamericanas, las considerábamos como nuestras y nos sentíamos parte de ellas, profesándolas un orgullo muy personal.
Un último esfuerzo. Imaginemos ahora que todo se destruye. Que cada uno de los puntos esenciales donde pasamos nuestra vida va a terminar por caer en el olvido. Un olvido real, palpable. El lugar donde besastes por primera vez a aquella. La esquina en la que te sentabas a reírte con tus compañeros...todo desaparece sin que puedas hacer nada por evitarlo. Abramos los ojos.
Un ejercicio fantástico de nostalgia es la nos presenta el prometedor Jia Zhangke (36 años), uno de los mayores exponentes de la denominada sexta generación. Su nueva obra mereció el codiciado León de Oro en el pasado festival de Venecia, pese a la incredulidad de la mayoría de la sesuda crítica que rechazó la invitación a ver una película presentada a última hora y sin el gancho de otros títulos de mayor renombre.
El director presenta, casi a modo documental, las costumbres de vida de los habitantes del poblado Fengjie, bañado por las aguas del río Yangtzee, cuyo destino se encuentra íntimamente ligado a la construcción de la colosal presa de las tres gargantas. La sepultura bajo el agua de las millares de viviendas construidas en la ribera del río terminarán por inundar su pasado y las costumbres comunistas de la región. Dos mil años de antigüedad destruidos en apenas dos años en pro de un beneficio “común”.
Han Sanming es un minero que, tras 16 años de ausencia decide volver a su poblado natal en búsqueda de su esposa. Al mismo tiempo, Shen Hong intenta encontrar una explicación racional al por qué de la desaparición de su marido dos años atrás. Lo que antiguamente fue su hogar, se ha convertido en un pueblo fantasma en el que el modo de vida austero parece no verse influenciado por el devenir de los tiempos.
Narrando dos historias por separado, Zhangke se aventura entre los restos de un poblado asolado, con imágenes bellamente plasmadas (con una fotografía espectacular) en la que la presencia fantasmal de la gran presa se erige como una amenaza constante, ya no solo en las estructuras de la comunidad, sino en la cordura interior de los miembros que la habitan. El choque de culturas es ya una realidad y la tradición tiene que enfrentarse con los designios de un incierto futuro en el que los perjudicados terminaran por ser siempre los mismos (en una de las contadas secuencias oníricas nos encontramos a un grupo de actores tradicionales chinos, ataviados con sus ropajes y máscaras habituales, sentados frente a la mesa donde solían jugar a las cartas pero con una ligerísima y punzante diferencia).
La incredulidad del personaje de Sanming, incapaz de asimilar con rapidez los cambios a su alrededor, contrasta con la juventud esponjosa de los que han visto en televisión a personajes como Chow Yun Fat, el arquetipo de héroe del nuevo e inminente mundo, paradigma de la adaptación a los nuevos tiempos que corren. “La sociedad de ahora no nos conviene. Es demasiado nostálgica”, afirma el estupendo actor hongkones en una significativa intervención televisada. En esta pequeña obra la juventud coreografía las actitudes de lo que asoma en los medios de comunicación y se olvida del resto, lo que inevitablemente convierte una pequeña historia de un poblado alejado de oriente en un ejemplo universal de los tiempos en los que nos ha tocado vivir. Curioso ver el premonitorio desenlace de uno de los curiosos personajes de la película.
Afirma el director de esta obra que las necesidades básicas para mantener una vida feliz, según los campesinos de la región, han sido siempre la posibilidad de acceder a Té, Vino, Cigarrillos y Caramelos y estructura la película en cuatro episodios en los que los integrantes de la obra se rebelan contra lo que sucede alrededor manteniendo la fe en estos placenteros elementos. Y nos ilustra con pausados momentos de relajada compañía en la que varios miembros de una familia conversan de manera trivial mientras saborean el aroma de un cigarrillo o la dulzura de una barra de toffee.
En definitiva. película serena y nostálgica, ganadora del pasado festival de Venecia, en la que el director nos embriaga de forma magistral en un mundo pausado de costumbres que luchan por mantenerse vivas (still life), frente a la alocada globalización que va arrasando todo lo que encuentra a su paso.
Un último esfuerzo. Imaginemos ahora que todo se destruye. Que cada uno de los puntos esenciales donde pasamos nuestra vida va a terminar por caer en el olvido. Un olvido real, palpable. El lugar donde besastes por primera vez a aquella. La esquina en la que te sentabas a reírte con tus compañeros...todo desaparece sin que puedas hacer nada por evitarlo. Abramos los ojos.
Un ejercicio fantástico de nostalgia es la nos presenta el prometedor Jia Zhangke (36 años), uno de los mayores exponentes de la denominada sexta generación. Su nueva obra mereció el codiciado León de Oro en el pasado festival de Venecia, pese a la incredulidad de la mayoría de la sesuda crítica que rechazó la invitación a ver una película presentada a última hora y sin el gancho de otros títulos de mayor renombre.
El director presenta, casi a modo documental, las costumbres de vida de los habitantes del poblado Fengjie, bañado por las aguas del río Yangtzee, cuyo destino se encuentra íntimamente ligado a la construcción de la colosal presa de las tres gargantas. La sepultura bajo el agua de las millares de viviendas construidas en la ribera del río terminarán por inundar su pasado y las costumbres comunistas de la región. Dos mil años de antigüedad destruidos en apenas dos años en pro de un beneficio “común”.
Han Sanming es un minero que, tras 16 años de ausencia decide volver a su poblado natal en búsqueda de su esposa. Al mismo tiempo, Shen Hong intenta encontrar una explicación racional al por qué de la desaparición de su marido dos años atrás. Lo que antiguamente fue su hogar, se ha convertido en un pueblo fantasma en el que el modo de vida austero parece no verse influenciado por el devenir de los tiempos.
Narrando dos historias por separado, Zhangke se aventura entre los restos de un poblado asolado, con imágenes bellamente plasmadas (con una fotografía espectacular) en la que la presencia fantasmal de la gran presa se erige como una amenaza constante, ya no solo en las estructuras de la comunidad, sino en la cordura interior de los miembros que la habitan. El choque de culturas es ya una realidad y la tradición tiene que enfrentarse con los designios de un incierto futuro en el que los perjudicados terminaran por ser siempre los mismos (en una de las contadas secuencias oníricas nos encontramos a un grupo de actores tradicionales chinos, ataviados con sus ropajes y máscaras habituales, sentados frente a la mesa donde solían jugar a las cartas pero con una ligerísima y punzante diferencia).
La incredulidad del personaje de Sanming, incapaz de asimilar con rapidez los cambios a su alrededor, contrasta con la juventud esponjosa de los que han visto en televisión a personajes como Chow Yun Fat, el arquetipo de héroe del nuevo e inminente mundo, paradigma de la adaptación a los nuevos tiempos que corren. “La sociedad de ahora no nos conviene. Es demasiado nostálgica”, afirma el estupendo actor hongkones en una significativa intervención televisada. En esta pequeña obra la juventud coreografía las actitudes de lo que asoma en los medios de comunicación y se olvida del resto, lo que inevitablemente convierte una pequeña historia de un poblado alejado de oriente en un ejemplo universal de los tiempos en los que nos ha tocado vivir. Curioso ver el premonitorio desenlace de uno de los curiosos personajes de la película.
Afirma el director de esta obra que las necesidades básicas para mantener una vida feliz, según los campesinos de la región, han sido siempre la posibilidad de acceder a Té, Vino, Cigarrillos y Caramelos y estructura la película en cuatro episodios en los que los integrantes de la obra se rebelan contra lo que sucede alrededor manteniendo la fe en estos placenteros elementos. Y nos ilustra con pausados momentos de relajada compañía en la que varios miembros de una familia conversan de manera trivial mientras saborean el aroma de un cigarrillo o la dulzura de una barra de toffee.
En definitiva. película serena y nostálgica, ganadora del pasado festival de Venecia, en la que el director nos embriaga de forma magistral en un mundo pausado de costumbres que luchan por mantenerse vivas (still life), frente a la alocada globalización que va arrasando todo lo que encuentra a su paso.
1 comentario:
Sinceramente, Jia, me resulta un director bastante aburrido, melancólico o lo que sea, aburrido, simplemente por su forma simple de tomar el cine, "tratando" de hacer consciencia en nosotros acerca de tonterías que él cree importantes, con unos planos aburridos y seminostálgicos, que más bien dan asco. Al menos, ese objetivo lo logra, que de asco la vida de muchos chinos pobres, debido al "nuevo" régimen de comunismo capitalista que tanto les gusta a los chinos(a los gobernantes claro está, para muestra, que no quieren retirar el apoyo armamentístico a Darfur, en la crisis enorme que sufre Sudán, y menos en el apoyo a Burma/Myanmar), pero de ahí en fuera, sus películas nunca llegan a emocionar ni a redimir, no son mágicas, se quedan en la "esperanza" de que mejoren y terminan siendo sozas, absurdas, simples y prescindibles, "la belleza de lo feo", tal vez lo aborda de una manera interesante, mostrar cuan feas son las cosas y provocar un interés (a excepción de "Shije", donde mete unos extractos de animación coloridos e interesantes, al menos más interesantes que los paisajes desérticos de provincias feas de china.
En resumen, un director sobrevalorado, aburrido y prescindible.
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