Luces y sombras
Por Fingolfin
“Pandemonium” (de título original “Shura”) es obra de Toshio Matsumoto, conocido representante del cine experimental japonés, cuyas obras más famosas (además de la que hoy tratamos) son “Funeral Procession of Roses” y la más reciente “Dogura Magura”. El film que nos presenta está creado con la idea de que no caiga en el olvido, con una historia de las más desgarradoras del género y un juego de iluminación del blanco y negro que desafía los sentidos.
La trama comienza con un ronin (Gengobe) enamorado de una geisha (Koman). El fiel sirviente de Gengobe le presenta 100 ryo reunidos con gran esfuerzo por la gente del pueblo para que recupere su rango de samurai y participe en la venganza de la casa Enya. En ese mismo momento, Sangoro, le informa que el precio por la libertad de Koman es de 100 ryo, con lo que se le plantea un enorme dilema en cuanto al camino a seguir. Su decisión guiará las vidas de todos los implicados y los llevará a un tormentoso final.
Antes de nada debería hacer una aclaración importante. La película está basada en la obra tradicional Kabuki de Namboku Tsuruya y Shuji Ishizawa titulada “Kamikakete Sango Taisetsu”. Probablemente nos suene la venganza de “algo más de 40 hombres” y un montón de ronin que sobreviven esperando el gran momento. Si cambiamos Enya por Asano y Kono por Kira, entonces todo comenzará a cobrar sentido.
La historia solo puede ser considerada como “brutal”, con un gran parecido con la mítica “Throne of Blood” en cuanto a que se trata de un círculo de personajes que se llevan a la autodestrucción con sus propias acciones. Además de en lo argumental, la estética de los escenarios vacíos y la oscuridad ambiental también son muy similares. Los más avispados notarán que los estridentes sonidos de flautas en una de las escenas parecen directamente sacados de aquella obra de Kurosawa.
El director juega con los personajes pero también con los espectadores. Continuamente introduce ilusiones, sueños e imaginaciones que se funden con la historia central sin ninguna aclaración, por lo que será normal que en ocasiones no sepamos si fue un sueño o una realidad, salvo en los casos que a continuación la escena vuelve al punto de partida.
Conforme nos acercamos a la parte final las muertes pasan a ser mucho más duras, desgarradoras, alargándose interminablemente y explayándose en brutales primeros planos que dan al actor la oportunidad de demostrarnos lo bien que puede hacerlo. Esos rostros desencajados que no se apartan de la cámara en lo que nos parece una eternidad serán difíciles de olvidar aún después de unos días. Quizás el único film que ha logrado transmitirme unas muertes tan reales y descorazonadoras haya sido “The Wolves”, otra obra maestra de la época.
En el aspecto técnico está lo que en principio es más llamativo de “Pandemonium”: el blanco y negro. No es una tonalidad como la de otras películas que nos permitían con una nitidez enorme llegar a adivinar los colores, sino que se centra en la luz y la oscuridad, los reflejos y la sombras, privando a los personajes de vida y a los escenarios de vistosidad. Solo vemos lo que Matsumoto quiere que veamos.
El desarrollo es aplastantemente lento, con una primera escena en la que un monje golpea un gong que es capaz de controlar nuestras pulsaciones. A menudo se introducen fotogramas en negro con letras blancas que se utilizan para denotar el lugar de la escena o los saltos temporales; más tarde pasan a ser algo parecido a nombres de capítulos.
Sería injusto terminar sin dedicar unas palabras al cartel de actores que han hecho posible aprovechar al máximo la idea del director. No tengo la posibilidad de separar los más destacados del resto, ya que todos responden a un nivel bastante alto. Tenemos a Katsuo Nakamura en el papel de Gengobe, Yasuko Sanjo da vida a Koman, Juro Kara es Sangoro, y como opinión muy personal, el mejor de todos es Masao Imafuku en la piel del fiel vasallo Hachiemon. Este último es un personaje de gran trascendencia al que tengo en tal alta estima porque encaja al cien por cien con la actuación llevada a cabo.
No creo que deba alargarme más en la reseña. “Pandemonium” ha demostrado ser un film de exquisita factura de los que podríamos catalogar como obra maestra que sin duda no quedará en el olvido de nadie. Una representación soberbia de cinismo y degradación del hombre. El escenario donde los humanos se transforman en…demonios.
La trama comienza con un ronin (Gengobe) enamorado de una geisha (Koman). El fiel sirviente de Gengobe le presenta 100 ryo reunidos con gran esfuerzo por la gente del pueblo para que recupere su rango de samurai y participe en la venganza de la casa Enya. En ese mismo momento, Sangoro, le informa que el precio por la libertad de Koman es de 100 ryo, con lo que se le plantea un enorme dilema en cuanto al camino a seguir. Su decisión guiará las vidas de todos los implicados y los llevará a un tormentoso final.
Antes de nada debería hacer una aclaración importante. La película está basada en la obra tradicional Kabuki de Namboku Tsuruya y Shuji Ishizawa titulada “Kamikakete Sango Taisetsu”. Probablemente nos suene la venganza de “algo más de 40 hombres” y un montón de ronin que sobreviven esperando el gran momento. Si cambiamos Enya por Asano y Kono por Kira, entonces todo comenzará a cobrar sentido.
La historia solo puede ser considerada como “brutal”, con un gran parecido con la mítica “Throne of Blood” en cuanto a que se trata de un círculo de personajes que se llevan a la autodestrucción con sus propias acciones. Además de en lo argumental, la estética de los escenarios vacíos y la oscuridad ambiental también son muy similares. Los más avispados notarán que los estridentes sonidos de flautas en una de las escenas parecen directamente sacados de aquella obra de Kurosawa.
El director juega con los personajes pero también con los espectadores. Continuamente introduce ilusiones, sueños e imaginaciones que se funden con la historia central sin ninguna aclaración, por lo que será normal que en ocasiones no sepamos si fue un sueño o una realidad, salvo en los casos que a continuación la escena vuelve al punto de partida.
Conforme nos acercamos a la parte final las muertes pasan a ser mucho más duras, desgarradoras, alargándose interminablemente y explayándose en brutales primeros planos que dan al actor la oportunidad de demostrarnos lo bien que puede hacerlo. Esos rostros desencajados que no se apartan de la cámara en lo que nos parece una eternidad serán difíciles de olvidar aún después de unos días. Quizás el único film que ha logrado transmitirme unas muertes tan reales y descorazonadoras haya sido “The Wolves”, otra obra maestra de la época.
En el aspecto técnico está lo que en principio es más llamativo de “Pandemonium”: el blanco y negro. No es una tonalidad como la de otras películas que nos permitían con una nitidez enorme llegar a adivinar los colores, sino que se centra en la luz y la oscuridad, los reflejos y la sombras, privando a los personajes de vida y a los escenarios de vistosidad. Solo vemos lo que Matsumoto quiere que veamos.
El desarrollo es aplastantemente lento, con una primera escena en la que un monje golpea un gong que es capaz de controlar nuestras pulsaciones. A menudo se introducen fotogramas en negro con letras blancas que se utilizan para denotar el lugar de la escena o los saltos temporales; más tarde pasan a ser algo parecido a nombres de capítulos.
Sería injusto terminar sin dedicar unas palabras al cartel de actores que han hecho posible aprovechar al máximo la idea del director. No tengo la posibilidad de separar los más destacados del resto, ya que todos responden a un nivel bastante alto. Tenemos a Katsuo Nakamura en el papel de Gengobe, Yasuko Sanjo da vida a Koman, Juro Kara es Sangoro, y como opinión muy personal, el mejor de todos es Masao Imafuku en la piel del fiel vasallo Hachiemon. Este último es un personaje de gran trascendencia al que tengo en tal alta estima porque encaja al cien por cien con la actuación llevada a cabo.
No creo que deba alargarme más en la reseña. “Pandemonium” ha demostrado ser un film de exquisita factura de los que podríamos catalogar como obra maestra que sin duda no quedará en el olvido de nadie. Una representación soberbia de cinismo y degradación del hombre. El escenario donde los humanos se transforman en…demonios.
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